Seguimos adentrándonos en este Tiempo de Cuaresma en el que estamos embarcados desde el Miércoles de Ceniza. Y seguimos avanzando hasta la gran fiesta de la Pascua, después de vivir, fervorosamente, la Semana Santa.
La Cuaresma no nos puede dejar indiferentes, ni puede ser una Cuaresma más en nuestra vida. Pues este tiempo de cambio y de conversión tiene que llevarnos a lo más profundo de nuestra historia y al encuentro con Cristo. Él nos espera siempre, y nos invita al cambio de mentalidad y de
actitudes, para ser más testigos suyos en este mundo que vivimos.
Es un buen momento para ordenar nuestros pasos y nuestros caminos, para darnos cuenta que el cambio, la conversión, la crisis, no son actitudes malas o negativas, sino que, más bien, son experiencias que debemos vivir, pues nos conducen a lo más genuino y real de lo que somos y de cómo somos; para que así vivíamos desde la autenticidad y desde la transparencia de una vida cristiana y creyente, gestada en el encuentro íntimo y profundo que Cristo.
No es un tiempo de miedo, de oscuridad, sino de rectificación, de querer continuar el camino de fe, con una nueva esperanza, guiados por el amor de Cristo, que una vez más, nos invita a no quedarnos caducados y esclavizados en lo mismo de siempre, sino a buscar la novedad que él nos trae, a anclarnos solo en él.
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