Por: Tais Gea | Fuente: Catholic.net
El tiempo litúrgico de la Cuaresma se nos presenta como camino. Nos dirigimos a la celebración del misterio pascual. Misterio de sufrimiento pero también de gozo por la resurrección. El sentido de la Cuaresma se entiende en la perspectiva de la Pascua. Solo porque Cristo venció la muerte podemos soportar la dura prueba del desierto representado en la Cuaresma y la dura prueba de la cruz representada en la Semana Santa.
La liturgia de hoy nos muestra al pueblo de Israel en el desierto. Ha sido liberado de la esclavitud en Egipto. Es un pueblo libre. Pero para poder vivir en la libertad necesita hacer la experiencia de los 40 años en el desierto. Ahí se encuentra con una realidad hostil. El desierto es pobreza, vacío, soledad, nada. Lo único que halla el hombre en el desierto es a sí mismo y a Dios. En la soledad del desierto se muestra Dios al pueblo en el monte Sinaí para manifestarle el camino de la libertad. En la soledad de nuestra vida se deja ver también la presencia de Dios. Quizá no de manera extraordinaria. Simplemente la certeza de saber que Dios está en nuestra vida, eso llena nuestra soledad. Dios, de manera sencilla y silenciosa, llena la dura experiencia de la soledad.
Dios primero se manifiesta y después le presenta al pueblo su ley; su decálogo. Esto es importante. Dios antes de pedirnos algo nos ama. El amor de Dios llega al corazón para manifestarse como Padre. Y entonces nos invita a ser hijos. Y para ser hijos del Padre nos indica el sendero. Nos da un decálogo. Y con él nos enseña cómo hemos sido creados. Fuimos hechos para la libertad y para la filiación. Por lo que la ley es la clave para que el pueblo, nosotros, vivamos en libertad.
El salmo nos indica algunos elementos de esta ley que nos presenta el Señor como senda de libertad. Nos dice que estos mandamientos reconfortan el alma. El seguimiento de Dios debe ser para nosotros, hijos, consuelo. Debe ser un cierto bálsamo para el corazón. Como dice el salmista da alegría. Gozo y paz tiene el hombre que sigue la ley del Señor. También el camino del que cumple con estos mandamientos es luminoso porque Dios alumbra su camino. Nuestra vida cristiana esta llamada a ser así. Si en nuestro cumplimiento de los mandamientos no encontramos alegría, luz y consuelo tenemos que aprender a vivirla distinto. La ley debe conducirnos a la libertad de los hijos, a experimentar el amor del Padre.
Nuestra sabiduría como católicos es este seguimiento. Como nos dice Pablo: “los judíos exigen milagros y los paganos piden sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado.” (1Co 1,22). Seguimos a un Cristo crucificado que nos muestra en su pasión cuál es la respuesta de los hijos. Nos enseña que para ser libres el camino es el amor. La entrega total de Cristo en la cruz es la verdadera sabiduría de Dios. Por eso a veces como seguidores de Jesús somos juzgados y criticados. Pero tenemos la certeza que: “la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres.” (1Co 1, 25).
Jesús vivió también esta incomprensión. Al entrar al templo y ver en qué habían convertido la casa de su Padre reacciona con firme decisión. Esto fue interpretado por la primera comunidad de los cristianos como un celo por la casa de Dios. Cristo no se adapta a los criterios de su tiempo en donde permitían en el templo vendedores y cambistas. No le importa romper con las instituciones rígidas ya que veía en ello una infidelidad al plan de Dios. Él actúa según sus criterios y no le importa la opinión de la gente. Sabe que tiene que mostrar un nuevo camino y una nueva interpretación de la ley. Y se presenta con autoridad para hacerlo.
Por eso el mensaje de Jesús, su Evangelio, su buena nueva, es norma de vida para nosotros. Es el más auténtico camino de libertad. Él es el que en nuestro desierto nos muestra cómo ser un pueblo que en libertad busca hacer presente el Reino. Un Reino de luz, de alegría y de consuelo como dice el salmo. Porque es un Reino que vive de la ley del Señor que es el amor.
Terminemos con una oración:
“Padre de bondad, que te has manifestado a nosotros en el Sinaí y nos has dado tu ley, ayúdanos a comprender que vivir según ella nos conduce progresivamente a la libertad. Que nuestra meta sea Cristo quien fue fiel a tu ley de amor hasta el extremo entregándose en la Cruz por nosotros. Que vivamos con Él y en Él nuestra vida cristiana. Amén”
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