viernes, 17 de abril de 2020

Domingo de la Misericordia: La justicia y la misericordia de Dios

Por: Tais Gea | Fuente: Catholic.net


Nos encontramos en el tiempo de Pascua, tiempo de gozo y de alegría por la resurrección del Señor. El camino de la cuaresma nos ha preparado para el deleite que nos da el sabernos salvados y redimidos por la misericordia del Padre a través de Jesús.

Es así como la Iglesia propone, al inicio de este tiempo pascual, la fiesta de la divina misericordia. Por misericordia de Dios hemos sido salvados y elegidos por Él para ser sus hijos. Hay que festejar y gozar de esta realidad de nuestra fe.

Para poder introducirnos en el misterio de la misericordia hay que pensar en la realidad de la justicia. A veces nos preguntamos ¿Si Dios es justo debe castigar a los hombres por sus malas acciones? Pero al mismo sabemos que Dios perdona todos los pecados de las personas. ¿Cómo Dios puede ser justo y misericordioso a la vez?

Una posible respuesta la podemos encontrar en una de las maneras que se concebía la justicia en el AT. Para la mayor parte de las escuelas teológicas hebreas, la justicia no es darle a cada uno lo que merece por derecho. Sino que más bien es darle a cada uno lo que necesita. Es por eso que se hacía tanto énfasis en el cuidado de las viudas y los huérfanos ya que, sin padre de familia, quedaban desprotegidos. Ellos no merecían que se les diera dinero o oportunidades pero las necesitaban. Así es que, en justicia, el buen judío debía responder por ellos.

Este concepto pasa a las primeras comunidades cristianas. En el texto de la primera lectura de hoy en el que se describe el estilo de vida de una de las comunidades nacientes, se dice que tenían todo en común. Indica cómo algunos que tenían terrenos o casas los vendían y llevaban el dinero a los apóstoles. Estos repartían el dinero según lo que necesitaba cada uno (cf Hch 4, 35). Por eso, el texto concluye que ninguno pasaba necesidad.


En nuestra relación con Dios también encontramos este aspecto de justicia y así podemos entender la misericordia. Dios es justo porque es misericordioso. El Padre se da cuenta que por nuestra limitación y pequeñez, caemos, fallamos, pecamos. Es por eso que ve la necesidad de darnos su misericordia. Se compadece del hombre que por su debilidad cae y le ofrece su amor de misericordia.

Y ¿quién nos concede la misericordia del Padre? Jesús. Él es quien vino al mundo para hacer justicia, es decir, para darnos a nosotros lo que más necesitábamos: salvación. Y lo hace por el sacrificio de si mismo en la cruz. Nos lo expresa la tradición joánica diciendo: «Jesucristo es el que vino por medio del agua y de la sangre» (1Jn 5, 6). Él es el que nos alcanzó la salvación por su sangre, la cual se sigue derramando por nosotros en el misterio de la Eucaristía.

El Evangelio relata el gozo de los discípulos al tener la experiencia del encuentro con el resucitado; aquel que ha alcanzado la misericordia del Padre para todos los hombres. Jesús se presenta ante ellos como el que les trae la paz: «La paz esté con ustedes» (Jn 20, 19). Cristo, con su misericordia, nos trae la paz. Lo único que cabe en la experiencia cristiana es la esperanza.

Quien piense que Dios no le va a perdonar sus pecados debe hacer la experiencia de Tomás. El evangelio nos relata cómo no había creído en la resurrección y necesitaba tocar sus yagas. El Señor le concede esta experiencia y le deja tocar sus manos y ver en ellas la señal de los clavos. A veces nosotros también necesitamos tocar el sacrificio de Cristo, verlo, para creer que es verdad que Dios ha sido justo con nosotros dándonos su misericordia en Jesús.

Hagamos una oración para pedirle al Señor que nos conceda esta experiencia de su misericordia:

«Señor Jesús, danos tu misericordia. Sabemos que eres un Dios justo y por eso te compadeces de nuestra miseria humana. Míranos con amor y no te olvides que tu misericordia es eterna y concédenos el amor fiel de tu corazón.

Amén»

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