LO PEQUEÑO NO SE VE, pero está.
Nos encontramos inmersos en el mundo de la imagen y en el mundo de la apariencia, de la políticamente correcto, aunque sea injusto, de mostrar lo que otros quieren ver, aunque no sea lo real, de airear los trapos y la vida de los demás para no mirarnos nosotros mismos.
Todo esto, ya pasaba en la época de Jesús, lo que quiere decir que, la historia, no es que se repita, sino que, los seres humanos, a pesar de poder ser extraordinarios, somos bastante mediocres lo que se refiere a creatividad y autenticidad. Pero más bien por vagancia que por mostrar nuestra verdadera identidad, seguramente para no llamar mucho la atención.
Por eso, la Palabra de Dios, nos contrapone la actitud falsa, quejica y sin fondo, de los fariseos a los que les gusta aparentar lo que no son, pero de una manera hipócrita, para ser vistos por los demás. Frente a la actitud auténtica de la viuda, que colabora con lo que puede y donde, la pequeñez de su limosna se muestra grande por lo generosa de su acción.
Cuando celebramos el pasado fin de semana el día de Iglesia Diocesana, y se nos recuerdó que “somos una gran familia, contigo”, lo que hacemos es recordar que caminamos junto por este mundo, como miembros de una gran familia, en la que todos somos importantes, en la que no necesitamos aparentar lo que no somos, sino en la que es preciso ser y aportar lo que cada uno es y lo que cada uno tiene y quiere. La autenticidad de nuestra vida de seguidores de Cristo nos tiene que identificar y hacernos trasparentar su amor y su entrega. Su Reino tiene que verse en nuestra generosidad y en nuestro testimonio comprometido, y no en nuestras apariencias arrogantes que nos llevan a no hacer nada y a atrabancar todo con quejas, excusa y críticas absurdas y mediocres.
Somos una gran familia, y siempre lo debemos mostrar y enseñar, sin miedo y sin engaños, sino con la autenticidad que caracterizó al Maestro, que sólo se dejó guiar por el amor
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