Ya no estamos acostumbrados a la continuidad en las cosas ni en la vida, nos cuesta hacer cosas diferentes porque nos cansa lo de siempre, pero a la vez somos amantes de las tradiciones y de las costumbres, como cosas inamovibles y que no se pueden cambiar.
Más bien, nos gustan las cosas o las situaciones, o las acciones que no nos comprometan por mucho tiempo, y si es por menos mejor que mejor. Eso del compromiso, ya nos suena mal, porque exige algo de nosotros mismos, que debemos dar y aportar para siempre, es decir, debemos comprometernos de pleno.
Por eso no nos debe extrañar que la Palabra de Dios, cante las excelencias del matrimonio desde este punto de vista, desde el compromiso, y que, además, nos haga ver como dos seres diferentes por muchas maneras, se unen para formar un mismo camino; pero lo hacen sin perder ninguno su individualidad, sino que se enriquecen mutuamente en la diversidad y complejidad propia de cada uno, algo que solo es entendible y asumible por el compromiso que se crea entre esas dos personas.
Siempre hay que mirar más allá en el camino que recorremos, y no quedarnos en el corto plazo o en lo que tenemos delante, porque si no, nunca nos comprometeremos y nunca haremos de nuestra vida algo duradero, algo grande que manifieste nuestra grandeza personal, porque no tendremos alicientes por lo que luchar. Es necesario soñar, pues el que sueña, está abierto a la trascendencia a cierta perpetuidad en la vida, por las acciones que desea realizar y los caminos que quiere recorrer.
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