Hasta en tiempo de vacaciones es tiempo de hacer cosas, decimos que estamos de descanso, pero, aun así, a otro ritmo, no dejamos de hacer muchas cosas que hemos ido dejando pasar y que ahora nos empeñamos en poner en su sitio, en ordenar, en cambiar o incluso, en tirar.
Somos personas inquietas y no nos gusta estar mucho tiempo sin hacer nada, quizás por eso, somos capaces de disfrutar más el descanso o los momentos de paz y tranquilidad que nos dan estos días estivales, en los que cambiamos el ritmo normal del día a día.
El pasado domingo, el evangelio nos recordó una de las acciones que no debemos nunca olvidar en nuestra vida cristiana, ni en verano ni en invierno, pues es algo esencial a nuestro ser de creyentes; y es la de recordarnos que hemos sido enviados a anunciar, con nuestra vida, el estilo de vida del Reino de Dios, el estilo de vida de Jesús.
Un anuncio que no se reduce a meras palabras, es decir, no es ir de puerta en puerta anunciando no se qué salvación, nueva o no se qué error de los demás. Los creyentes vamos de camino con cada hombre y mujer de este mundo, somos hermanos y compañeros de un itinerario histórico que, en muchas ocasiones vivimos en unidad; por eso, nuestro anuncio es algo más que palabras, es un compromiso y un testimonio de vida diferente y entregada como la del Maestro.
No nos quedemos es una predicación fácil, o en una parcialización de la vida, no actuemos en la Iglesia como creyentes y fuera como si no lo fuéramos, pues la fe no es una etiqueta, es un estilo de vida que llena e integra toda la vida, simplemente porque vamos en nombre del Señor de historia y del único que entregó su vida por nosotros para que, seamos capaces de dar vida y hacer lo mismo
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