Es una de las características humanas más socorridas en todos los momentos de la vida: el quejarnos de todo para no hacer caso a la verdad que tenemos delante de los ojos, o como dicen las abuelas de los pueblos, “para no bajarnos del burro”. Sobre todo, porque siempre queremos tener la razón y no dar el brazo a torcer ante ideas diferentes o ante sorpresas que hacen cambiar la vida o la realidad.
El pasado domingo nos encontrabamos con Jesús que va a su pueblo, seguramente a visitar a su familia; y como buen judío, el sábado, va a la sinagoga a orar con sus conciudadanos, con aquellos que le conocían desde niño, que le habían visto crecer y que conocían a sus familiares, e incluso, seguro que muchos, eran amigos desde la infancia de él. Pero ocurre lo de siempre, Jesús se presenta como alguien nuevo, alguien que, en poco tiempo ha cambiado y habla de una manera diferente y hace gestos diferentes. Parece que su estancia en Jerusalén y en los caminos de Israel han dado un vuelco a su existencia.
Su gente, a pesar de reconocer y, en cierto modo, darse cuenta de las cosas buenas que hace, de cómo habla novedosamente, en lugar de fiarse de él y seguir escuchando y atendiendo con el corazón abierto, lo que hacen es criticarle, escandalizarse y quejarse de él, porque ha cambiado, porque ya no es aquél chico que conocían y que habían visto desde siempre con su familia, a la que conocen bien. No se abren la novedad de su mensaje, sino que desconfían de él, de sus palabras y de sus gestos, se quejan de todo lo que dice y hace y por eso, la extrañeza de Jesús ante la poca fe que manifiestan.
Somos testigos y enviados a este mundo por Cristo, el amigo de Nazaret, el Salvador del mundo y aquel que ha enamorado y cautivado nuestra vida creyente. No desconfiemos de él, no nos escandalicemos nunca de las novedades que nos plantea su mensaje de amor y vida nueva, porque sería como quejarnos del mismo Dios y como querer nosotros estar por encima de él, pretendiendo que se haga siempre lo que yo quiero o que actúe como yo quiero. Pasemos de ser cristianos quejicas a ser cristianos comprometidos con el mensaje siempre nuevo del Reino de Dios.
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