martes, 15 de mayo de 2018

Palabras del Párroco

¿SE FUE?
No, no sea ido. No estamos solos, pero tampoco estamos vigilados. No estamos a la deriva, pero tampoco estamos manejados. No hay hilos ocultos que muevan nuestro corazón, ni chips microscópicos debajo de nuestra piel que nos marquen lo que tenemos que hacer.

Esta semana celebramos la Solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos. Una de las verdades de nuestra fe que proclamamos en el Credo, y de la que también nos hablan los Evangelistas.

Cuarenta días después de la resurrección, el Señor ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios para interceder por nosotros, para hablarle cada día a al corazón de Dios de cada uno de nosotros.

Lo que para muchos parece un cuentito de niños, o una fábula, para nosotros los creyentes, es una promesa cumplida del Señor. Nos dijo que se iría a prepararnos sitio, para que estuviésemos con él, y que volvería. Eso no quiere decir que nos abandonara, ni que nos dejara a nuestra suerte. Eso quiere decir que, estás mas cerca de nosotros que antes, porque lo está por medio de la fe, que es la certeza de creer lo que no se y de esperar lo que no se espera, pues sabemos que hemos sido invitados a vivir una esperanza viva y una fe verdadera, cierta.

Una invitación si, no una obligación, porque no creemos porque nos obliguen, sino porque hemos tenido un encuentro personal con la persona viva que es Jesucristo, que subió al cielo para estar más cerca de nosotros, para estar con nosotros todos los días, dentro de nosotros mismos y acompañándolo por el camino. ¿Creemos y confiamos en el, o nos hemos apuntado a los del cuentito de hadas, porque no necesitan salir de si mismos ni de sus pensamientos vacíos ni de sus caminos de siempre?

Ascender es subir, salir de lo de siempre, de lo mismo y abrirnos a la sorpresa creativa del Espíritu que pronto llegará.


APUNTES DE LITURGIA.
Sabías qué…
El padre nuestro es la oración más antigua que tenemos los cristianos, y que nos fue revelada por el mismos Jesucristo. En ella nos enseñó a llamar a Dios, Padre, y a quererlo como tal. Encierra siete peticiones que resumen todo lo que podemos pedirle al Padre del cielo cada día y cada vez que lo necesitemos, y por eso es la oración más perfecta y más sencilla a la vez.

La rezamos juntos en la Eucaristía y en todos los sacramentos, y lo hacemos siguiendo la enseñanza de Jesús. Lo hacemos para no olvidarnos de la paternidad maternal de Dios, de la ternura infinita que el nos tiene y de la confianza que depositamos en el cada memento del día.

Que nunca se nos olvide que es la oración más grande y hermosa que podemos dirigirle a nuestro Padre, el que siempre nos escucha

No hay comentarios:

Publicar un comentario