Este domingo a las 12.30 tendremos la Eucaristía en la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús donde un grupo de niños y niñas recibirán a Jesús por primera vez
Marcos 16,15-20.
Y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad la
Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará;
el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a
los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas
nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les
hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.
Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y
se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas
partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las
señales que la acompañaban.
Reflexión
Celebramos hoy,
con toda la Iglesia la fiesta de la Ascensión del Señor. La ascensión es
un misterio. Significa la glorificación, la exaltación de Cristo, su
ascensión en influencia y poder.
Por otra parte, la ascensión
no es la partida de Cristo. Si así fuera, estaría en contra de toda
nuestra fe en la presencia real de Él, en su promesa de que estaría con
nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28,20).
La
Ascensión no es más que una desaparición: Cristo se ha hecho invisible,
pero sin dejar de estar presente. Está incluso más presente que nunca,
ya que la ascensión es una intensificación de su presencia, una
extensión de la acción de Cristo a todos los tiempos y a todos los
lugares.
El Señor no se ha marchado, está con nosotros para siempre. A veces lo dejamos de ver, pero Él no nos abandona jamás.
Así
entendemos también por qué les dice a sus apóstoles: les conviene que
yo me vaya. La Ascensión les resultó a la larga sumamente beneficiosa.
Fue a partir de la Ascensión cuando empezaron a levantar sus miradas
hacia la divinidad del Señor.
Se habían apegado a Él con los
vínculos humanos de una amistad humana y, luego, con la admiración y la
confianza en su poder milagroso. Pero no se dieron cuenta de quién era
Aquel que había estado siempre entre ellos, hasta que lo vieron llegar
al cielo como a su propio reino, su propia casa.
Sobre todo,
descubrieron que el Señor los escuchaba mejor desde que había vuelto al
cielo. Entonces obtenían todo lo que pedían en su nombre. Los tesoros
del cielo estaban abiertos para ellos. No tenían más que meter sus manos
y repartirlos entre todos aquellos a los que el Señor les enviaba.
Jamás lo habían sentido a Jesús tan presente, tan fuerte tan consolador.
A donde iban, Él les acompañaba, confirmando sus palabras con milagros.
Y
entonces comprendieron los discípulos que el Señor no se había separado
de ellos al volver al Padre. En el mismo momento en que se imaginaban
que lo habían perdido, empezaron a recibirlo de verdad y a reconocerlo
como la primera vez. Por eso no sintieron nunca pena de haber perdido la
presencia física de Cristo.
La ascensión es una prueba de fe,
accesible a la fe y que cada uno de nosotros puede comprobar por su
experiencia personal lo mismo que los apóstoles y las primeras
comunidades cristianas que se fueron convenciendo poco a poco del
verdadero sentido de la ascensión.
La gran prueba de la ascensión
es que Jesús está vivo para mí, para nosotros, vivo para millones de
nuestros contemporáneos, con los que también Él trabajó por la
fraternización y la divinización del mundo.
Él no tiene ya un
rostro único, una presencia localizada en un solo punto del universo.
Está presente en todos los sitios en que actúa. Una mirada atenta lo
adivinará en el más pequeño de los suyos.
Cristo sigue actuando
en todas las partes en que hay amor, en que se busca la verdad, en que
se lucha por la justicia, en que se procura el respeto y la promoción
del hombre.
La extensión de su influencia es infinita, pero sigue
siendo invisible para todos los que no creen más que en la fuerza o en
la riqueza. Se va extendiendo progresivamente. Despertando a los pueblos
adormecidos, a los hombrees envilecidos y explotados, a las
muchedumbres hambrientas y necesitadas para que tomen consciencia y
responsabilidad.
Queridos hermanos, la verdadera ascensión de
Cristo es la ascensión de todos los hombres, a quienes Él inspira y
arrastra para construir un mundo nuevo, en donde reine la verdad, la
justicia y el amor. Es un mundo en el cual Cristo es la cabeza y María
el corazón.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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