La mítica prueba automovilística de cruzar primero el desierto de Argelia y medio desierto de Sahara, y ahora cruzar el desierto de Atacama, nos sirve de referencia para esta primera semana de Cuaresma, pues este domingo la cosa va de desiertos y de confianzas, no solamente en nosotros mismos, sino sobre todo en Dios.
Desde el Arca de Noé, nos podemos encontrar con el entusiasmo que tiene el ser humano por hacer cosas grandes en las que quepan las más cosas pequeñas posibles, y así contener todo lo que hay cerca de nosotros. El relato del Génesis nos viene a hacer reflexionar sobre como la grandeza de nuestro pecado, no es nada en comparación con el amor de Dios que siempre se las arregla para buscarnos y salvarnos de cualquier Diluvio y de cualquier desesperación. Cuando nos acercamos a él y confiamos en él, siempre aparece el arco iris en el desierto de nuestra visa, recordándonos que, no todo es blanco o negro, que siempre hay más matices y más caminos que seguir.
Jesús en es más drástico en el Evangelio, pues al ser tentado, con lo más obvio, como es la fama, el éxito y el placer, él tiene claro que todo eso es pasajero, y que necesita buscar algo más para ser él mismo y para recorrer el camino vital al que se siente llamado, y por eso, nos enseña a vencer desde la confianza y la experiencia de Dios, encontrada en el deserto de su misma vida, en su propia realidad.
La Cuaresma es remar mar adentro en nosotros, en nuestra historia personal, y dejar que el amor de Dios lo inunde todo y no haga vivir más desde nosotros mismos, pero siempre para los demás y para él.
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