Comenzamos un nuevo año, que llega cargado de nuevas esperanzas y de nuevas ilusiones. Y así tiene que ser, porque no podemos caer en el pesimismo aburrido de que “esto siempre es lo mismo”, y mucho menos en la excusa de la cuesta de enero para no hacer nada y vivir con los brazos cruzados como si nada de este mundo fuera con nosotros.
Recomenzamos el camino y lo hacemos de la mano de Virgen María, desde el primer día, cuando la honramos como la Madre de Dios, como la mujer del SI incondicional al Señor de la historia. Y el 6 de enero, nosotros la unimos al día de ilusión y de luz de los Reyes Magos.
No podemos olvidad que, ella es la figura más importante en el itinerario de un cristiano, pues es una mujer humana como todos nosotros, que nos enseñó la posibilidad de seguir los pasos de Cristo y de crecer cada día en ese seguimiento.
Los cristianos no podemos dirigirnos a María como si fuera la diosa madre, eso es un grave error, y a veces parece que la colocamos a la misma altura de su Hijo. María es el camino, el faro luminoso en las noches oscuras, que nos ilumina los pasos para que, por medio de ella, podamos llegar a su Hijo, y por eso la honramos y la veneramos. Su mayor grandeza no es estar enjoyada, pues eso es solo fruto de nuestro agradecimiento, es enseñarnos a ser incondicionales, como ella lo fue, al proyecto de Dios para cada uno de nosotros.
Este mes también. Celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Ocho días en los que, todos los que decimos tener a Cristo como Dios y Señor, oramos con confianza y mayor fuerza, si cabe, para que nos conceda unirnos en una sola Iglesia, y así el mundo crea más en él, como fue su deseo en la Última Cena. Pues la división es causa de nuestra soberbia, la unidad ya solo la puede dar él y será fruto de su misericordia cuando cambie nuestro corazón dividido por el “yoísmo”.
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