En este mes de mayo que, tradicionalmente, dedicamos a la Virgen María, el Papa Francisco ha pedido a toda la Iglesia Universal que recemos el Santo Rosario cada día, por el final de esta pandemia de la COVID-19, que sigue asolando nuestro mundo, y sigue dejando al descubierto nuestra insolidaridad y nuestra falta de compromiso.
Es duro descubrir como hay cristianos y creyentes que no son capaces de compadecerse del que sufre las consecuencias del virus, y como somos tan duros de corazón que, por unas ideologías políticas, ya trasnochadas, y que van claramente, contra el bien común, cerramos el corazón y no estamos a la altura de los acontecimientos reales que estamos viviendo, sino que preferimos mirar para otro lado, como en la actual crisis de migrantes, donde mueren 24 personas en una patera y no decimos ni “mu”.
Además, es duro ver, como en nuestras propias parroquias y comunidades, hemos despreciado el don de la resurrección de Cristo, dando entrada al virus de la mentira, de la crítica destructiva y nauseabunda, de la división, del egoísmo, de la soberbia y del insulto; haciendo, por ello, el ridículo ante el mundo, no estando a la altura de lo que se espera de nosotros como comunidad de creyentes en Cristo, el que se entregó por todos, el que resucitó regalándonos una vida nueva que no estamos viviendo y negamos a los demás con nuestras actitudes sectarias y rancias.
Pongámonos en manos de María, Madre de la Iglesia, para que, junto a San José, el Custodio de la Iglesia, sean quienes nos ayuden a vernos como hermanos, a cuidarnos unos a otros y a ser auténticos testigos de la vida nueva que nos regalado Cristo en su resurrección. Vida que es acogida, entrega abandono confiado en manos del Padre, que nos regala el Espíritu Santo.

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