La Pascua ha llegado de nuevo a nuestras vidas después del camino cuaresmal. La Pascua es una nueva oportunidad que nos regala el amor de Dios, incluso en este año de pandemia, que vivimos y que ya es hora de que saque lo mejor de nuestras vidas. Ya es hora de que dejemos irrumpir a Cristo Resucitado en nosotros, en nuestro corazón, en nuestras acciones, en nuestras maneras y, sobre todo, en nuestras formas de pensar y de relacionarnos.
La Pascua debe dejar ver los frutos de nuestra conversión, pero, sobre todo, nuestros cambios, pues el paso del Señor por nosotros no puede quedar en balde o en una simple apariencia. Es el momento de dejarnos llenar por la alegría contagiosa que nos ha llegado con la noticia de su resurrección, y de recomenzar a andar caminos, a sanar heridas, a curar corazones y relaciones, especialmente, porque como cristianos y creyentes, no podemos permitirnos el lujo de seguir siendo cauce del mal.
El pecado y la muerte han sido vencidos por Cristo que ha muerto y resucitado para librarnos de sus ataduras. Las tinieblas y la oscuridad de nuestras malas acciones y pensamientos han sido disipadas por la fuerza y la luz de su resurrección. Es tiempo ya de que reflexionemos en serio y nos dejemos limpiar e iluminar por la presencia misericordiosa del que es el Amor y la Esperanza. Es momento de corregir lo que hemos estado haciendo mal y de decidirnos a servir a los demás y anunciar con el bien que somos caces de hacer que, quien nos mueve es Cristo, el Señor Resucitado, y que pasemos de querer estar en todo, de querer pisotear a los demás, de querer criticarlo todo, a arrimar el hombro para hacer el bien, para curar y sanar al estilo entregado de Cristo que vive entre nosotros y en nosotros.

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