Pasa el tiempo y seguimos queriendo estar en lo de siempre, en lo que teníamos antes de esta pandemia, seguimos viviendo como si no quisiéramos aceptar las cosas que han pasado y que están pasando, como si no quisiéramos dar una vuelta de a la hoja o un cambio de rumbo. Seguimos sin querer enterarnos de que las cosas son y deben ser diferentes. A veces da la impresión de que nos falta fe o de que nos desestabilizan los cambios.
Y qué duro es contemplar y ver esto en personas creyentes, que aún no nos hemos enterado de que Jesús de Nazaret, el Cristo, el Señor, vino a hacer todo nuevo, y que nuestra vida cristiana es novedad permanente que debe hacernos gustar y vivir la Buena Noticia del Evangelio, y así nos lo predica hoy Él: “Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios”. Una llamada al cambio, a la novedad y descubrir de nuevo ese amor impetuoso de Dios que cambia nuestra vida, que nos hace ver con ojos nuevo y corazón renovado la alegre y apasionante aventura de la llamada del Señor a cada uno de nosotros en estos momentos que vivimos.
Llamó a Pedro y, dejando sus redes le siguió, con la efímera esperanza de que sería pescador de hombres. Llamó a Santiago y a Juan y, dejando la barca, las redes, a los jornaleros y a su padre, lo siguieron por el camino nuevo que les estaba proponiendo. Seguro que por que su corazón ansiaba algo nuevo, diferente; porque en lo profundo de su vida buscaban algo que fuera renovador, que hiciera realidad sus sueños de cambiar las cosas, la vida, las expectativas.
Jesús nos dirige su llamada a cada uno de nosotros, y como estamos llenos de frío exterior y casi interior, seguimos prefiriendo el calor de la misma estufa, de la misma seguridad, de la misma vela, de la misma estampa añeja, del mismo ramo de flores, de la misma devoción que he heredado y a la que no le he dado un valor nuevo y personal, sino que la venero en la superficie, en la apariencia de una fe aprendida pero no renovada, ni vivida, ni profundizada.
El Señor nos llama a dejar cosas, situaciones y experiencias que sabemos que ya se nos quedan cortas, pues son de otros y no nuestras. Nos llama a la conversión, al cambio de actitudes y de vida, si es preciso. No nos quedemos con lo de siempre, con el mismo yogurt caducado, sino que demos el salto de acercarnos a Él, de dedicarle tiempo en la oración confiada, en la reflexión y aceptación de su Palabra de vida nueva.
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