Este Adviento es un tiempo especial dentro de la celebración litúrgica de la Iglesia, pues nos prepara para la celebración de la Navidad, del misterio del nacimiento de Cristo en el portal de Belén. Pero, como todo este año, ya está más que dicho, que es un Adviento diferente, extraño y raro, y, sin embargo, es más necesario que nunca. Porque hoy más que nunca, estamos necesitados de esperanza, de vivir esta virtud tan cristiana y olvidada, sobre la que solemos pasar la apisonadora de la resignación.
Necesitamos que, como dice el Papa Francisco nadie nos quiete la esperanza, las ganas de volver a levantarnos y de seguir la luchando. La posibilidad de que otro mundo y otra sociedad son posibles, y de que, en gran medida depende de cada uno de nosotros, porque no podemos dejar atrás los sueños que la pandemia truncó, no podemos olvidar los caminos que aún nos quedan por recorrer y que el virus a paralizado. No debemos dejarnos vencer por la arrogancia y cínica soberbia del momento presente, en el que nada parece encajar, donde aquellos que fueron elegidos para gobernarnos parece que solo se fijan en si mismos, donde la ideología más rancia y trasnochada campa a sus anchas, ignorando a todos los que el virus se ha llevado, y a aquellos que llegan a nuestras costas buscando otra vida.
Es Adviento, y ya no es tiempo de callarse, sino como Juan el Bautista, gritar y hacer de profeta, proclamar la verdad del Evangelio, de la Buena Noticia que nos trae el Niño que nace en Belén. El Señor de los señores, y contra el que no ha podido, ni puede ni pondrá, ninguna hipócrita ideología disfrazada de media verdad. Es Adviento, tiempo de despertarnos y de reanudar el camino de la esperanza. No es momento de acobardarse sino de lanzarse a vivir alegres y esperanzados.
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