Lo mejor sería analizar con serenidad cada obstáculo.
Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
Los obstáculos forman parte de la vida. A veces son sencillos, cotidianos: no encuentro el cable para conectar un aparato y tardo varios minutos hasta dar con él.
Otras veces son más complejos: el autobús no llega en el horario previsto, tengo que cancelar una cita médica, y el doctor me avisa que tiene ocupada su agenda para los próximos días.
Ante los obstáculos podemos experimentar impaciencia, rabia, o reaccionar con violencia y prisas para superar la barrera que nos hace difícil alcanzar una meta deseada.
Podemos también acoger el obstáculo con una resignación que parece derrotismo, como quien se rinde y piensa que ha de renunciar a algo y que ya no existan nuevas oportunidades.
Lo mejor sería analizar con serenidad cada obstáculo, buscar el modo concreto de superarlo, ver las alternativas disponibles, y reconocer que muchos problemas, tarde o temprano, pueden superarse.
Es cierto que hay obstáculos que son como un muro definitivo: un accidente puede dejar una cojera que hará imposible volver a realizar ciertas actividades que eran parte de nuestra rutina.
Pero incluso ante ese tipo de obstáculos podemos reconocer lo que dice la frase popular: cuando se cierra una puerta se abre una ventana.
Es decir: un obstáculo que clausure definitivamente un camino de la propia vida siempre nos dejará espacio para otras opciones hacia las que podemos orientar nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad.
Sabemos, sobre todo, que existe un Dios que no solo vence al mal con el bien, sino que nos acompaña, nos llena de esperanza, y nos desvela poco a poco el sentido de cada obstáculo y el modo de afrontarlo con la mirada puesta en Su Amor eterno.
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