lunes, 11 de mayo de 2020

Venceremos la crisis

El mundo es frágil. Nos guste, o no nos guste.

Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net

Hay crisis políticas, sociales, laborales, sanitarias. Inician, se desarrollan, a veces se agravan. Muchos esperan que llegue, lo más pronto posible, su final.

Pero por más previsiones que se hagan, por más planes que se elaboren, por más pronósticos que se divulguen en la prensa o en las redes sociales, hay crisis que rompen todos los esquemas y que llevan a resultados dramáticos.

Por eso sorprende hoy, como en el pasado, la afirmación fácil y rápida, que algunos repiten con una seguridad sorprendente: “venceremos la crisis”.

Es cierto que hay que generar confianza en la gente. Es cierto que con buenas medidas se pueden solucionar muchos problemas. Muchos programas y proyectos se basan en esos supuestos.

Pero también es cierto que un virus, o una invasión de langostas, o una sequía, o un pánico en las bancas, pueden llevar a daños y tener consecuencias que impiden, a un analista honesto, prometer alegremente que “venceremos a la crisis”.


Es más realista, más humano, y más honesto, reconocer, ante situaciones realmente difíciles, que se va a trabajar por superarlas, pero que no hay garantías de un éxito satisfactorio.

Este tipo de reconocimientos, además, acoge el principio de realidad, que está por encima de los deseos. Un principio con el que chocan los promotores de promesas fáciles y la gente que se ilusiona con finales felices que tal vez nunca lleguen a ver en esta vida.

El mundo es frágil. Nos guste, o no nos guste, en el tiempo en el que vivimos todo está sujeto a la incerteza, a la enfermedad, a los errores, a los peligros.

Ello no implica cruzarse de manos ante cada nueva situación crítica. Lo bueno que pueda hacerse ahora, en lo grande o en lo pequeño, hay que ejecutarlo cuanto antes.

Pero incluso cuando uno pone lo mejor de sus esfuerzos para superar una epidemia o para dejar atrás un conflicto social grave, sabe que en el tiempo terreno no hay certezas.

Es entonces cuando los corazones pueden entrever dónde hay algo definitivo, dónde, de verdad, superamos las crisis, los dramas, incluso la muerte: en el encuentro con un Dios que es justo, bueno y misericordioso, y que acoge a cada hijo tras la frontera de la muerte.



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