Ya llevamos una semana en casa, viviendo la necesidad y la generosidad de la solidaridad para intentar que cada día, la curva vaya aplanándose, y no se nos escapa que es una labor, que nos cuesta poco y que acarrea muchos beneficios.
No solo a nivel sanitario, que es el más importante en estos momentos, sino también a nivel personal, familiar y espiritual, porque cada vez más nos adentramos en este camino peculiar de esta cuaresma, vivida desde casa, desde lo más cotidiano que podemos tener, y con los más allegados que caminan con nosotros, o en la soledad sonora y perceptible de la presencia del Maestro en tantos y tantos acontecimientos.
Ayer, cuarto Domingo de Cuaresma, nos encontramos con el relato de la curación del ciego de nacimiento. Jesús cura a un hombre ciego, diciéndonos que, lo importante no es el preguntarnos por qué está así, sino ver como en él se va a cumplir la gloria de Dios. Porque el encuentro de Jesús con él es tan profundo y le cambia tanto, que causa estupor y ansiedad en los demás, sobre todo en los que no están dispuestos a mirar desde la luz nueva que nos da Jesucristo, sino que prefieren las oscuridades y las sombras del camino de siempre, incluso en estos momentos, en los que no podemos quedarnos en lo accesorio o en los flecos, o en lo de siempre.
No se nos escapa que estos días, está haciendo brotar en nosotros una creatividad inusitada, no para pasar el tiempo, sino para llenar de novedad, días y días de aparente monotonía, pero que convertimos en escaparates de generosidad, de acercamientos virtuales con todo el mundo, hemos convertido nuestras ventanas y balcones en estrados para compartir con los demás, lo que cada uno de nosotros somos, no lo que queremos que vean, sino lo que de verdad somos, y lo hacemos sin miedo, sin vergüenza, sino guiados por un casi desconocido afán de vecindad, de fraternidad, de compañerismos, donde el otro no es el vecino de enfrente, sino que es el compañero de cada tarde.
Busquemos la sorpresa de la presencia del amor de Dios en esta cotidianeidad casi obligada a vivir y veamos en ella como Dios nos enseña a mirar con ojos de fe, de agradecimiento, de emoción y de admiración, con ojos nuevos de una renovada visión desde el corazón.
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