ANTE EL SEÑOR.
Este primer domingo del mes de febrero, nos hace romper el ritmo normal las lecturas iniciadas con el Tiempo Ordinario, pues al coincidir en él la Fiesta de La Presentación del Señor en el Templo, nos encontramos con otras lecturas propias de esta fiesta cristológica, en la que nosotros, tradicionalmente, celebramos a la Virgen de la Candelaria, porque es ella, la que, de una manera alegórica, representa a la que nos trajo la Luz a este mundo.
Ya han paso 40 días desde la fiesta de Navidad, y los padres de Jesús cumplen con la ley establecida, la de presentar a Jesús en el Templo, era, además, la primera vez que las madres judías, salían de su casa después de un parto. Por eso antes se llamaba también de la Purificación de María, nombre que se suprimió, dejándose solo la de Presentación del Señor, haciendo ver así, que María, por ser la Inmaculada, no necesita ser purificada. Ellos, simplemente, cumplen con la ley de su pueblo, haciéndose como los demás, y cumpliendo lo que todos cumplen.
Esas son las ideas de la Palabra de este domingo. María nos trae la Luz del mundo que es Jesucristo, el que se presenta en el Templo, como el Hijo primogénito de Dios, pero lo hace con toda humildad y sencillez, como uno más, con una familia humilde y sencilla, que ofrece la ofrenda de los pobres, “un par de tórtolas o dos pichones”. Y allí es recibido por anciano sacerdote Simeón, que sorprendentemente, anuncia a sus padres el destino de ese niño, y lo que va a causar en los demás, pues lo presenta como “una bandera discutida, ante la que quedará clara la actitud de muchos corazones”, lo que llevará a que su madre sienta como “una espada que le traspasa el alma”.
Esta fiesta nos lleva a ponernos delante de Jesús, a mirarle y dejarnos mirar por él, a presentarle nuestra vida y a ver como el nos presenta el camino que debemos recorrer los creyentes. Es decir, nos invita a optar, porque debe quedar clara la actitud de nuestro corazón. Optar por el camino del amor entregado, de la vida dada, del anuncio del amor y de la ternura y de la vivencia radical del Reino de Dios, o quedarnos en la mediocridad, en las palmaditas en la espalda, en el orgullo y la soberbia y en la crítica fácil.
Optar por JESÚS, es elegir ser como él, no tener reparos en dar la vida y ser creyentes de verdad, no porque sepamos muchas cosas de Cristo, sino porque vivimos como él vivió y hacemos lo que él hizo. María su madre, nos demuestra que es posible hacerlo, cuando nos fiamos de él, cuando queremos crecer y avanzar y dejamos atrás una fe mal vivida, la que solo hemos tenido como costumbre aprendida.
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