No es un lamento dolorido, si no más bien una especie de aviso a la vista de la realidad que rodea y circunda la vida y el camino del cristiano. Lo que nos lleva a pasar del simple aviso, para que tengamos cuidado, a la necesidad de la elección, para nuestra implicación.
Hoy más que nunca, tenemos que pasar del modo seguro del banco de la iglesia, al modo activo y aventurero del que sale a la calle deseoso de complicarse la vida con los hermanos y las historias personales que Dios pone delante de nosotros.
No podemos seguir en la misma rutina y en dejar las cosas como están. No podemos seguir oyendo sin escuchar y seguir viendo sin tomar opciones. Pues no somos unos adoquines de la calle, sino que somos piedras vivas de la Iglesia del Señor. Eso quiere decir que estamos vivos y que nuestra vida tiene que verse, notarse y dar fruto donde nos lleve nuestro seguimiento de Cristo.
No tenemos más que escuchar y atender al Evangelio de hoy, a la Buena Noticia que nos regala el Señor, para darnos cuenta lo importante que es, no poner nuestra confianza y anhelos en nosotros mimos, sino levantar la mirada y sentir la atracción de lo que está más allá, de lo que reclama nuestra atención y nuestra acción. Pues, aunque es necesario empezar por nosotros mismos, para crecer, madurar, y hasta a veces, recomponernos y ser nosotros mismos, estamos llamados, después de todo esto, a dar fruto para la vida del mundo y de los demás.
No nos quedemos regodeándonos en lo bien que hacemos, o decimos o actuamos, sino que, demos el salto de lo bueno que podemos hacer, del bien que podemos llevar a los que nos rodean, y del camino que podemos allanar para que otros se acerquen a la fuente de nuestra felicidad, que debe ser el hacer vida, la Buena noticia del amor de Dios.
Somos testigos, no de una vida egoístamente vivida y gastada, sino de una vida incondicionalmente vivida a tope y dada sin prejuicios ni reservas, tan y como lo hizo Jesús, de quien somos testigos y a quien anunciamos.
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