La semana pasada, el Evangelio nos invita a elegir si preferimos confiar en Dios o si nos va más el confiar en las cosas de este mundo, como en el dinero, por ejemplo. Ante esta lección podemos tener una facilísima respuesta, sobre todo, porque es personal, y al fin y al cabo es una elección obvia.
Para los creyentes, lo importante es siempre mantener encendida y viva nuestra confianza en el Señor, y todo lo demás irá llegando a nuestra vida, sobre todo, porque el que se entrega a la confianza, sabe que nunca se verá defraudado, y porque, por encima de todo, lo hacemos con fe.
Pero somos, precisamente los creyentes, los que mas nos cuenta confiar, porque es de entregarnos a pecho descubierto, sin aparentes seguridades y sin nada que nos respalde, nos parece una tontería o algo irrealizable. Es decir, ni confiamos, ni queremos confiar, pues preferimos nuestras coas y todo aquello que nos hemos querido ir agenciando por nuestras propias fuerzas, aunque sean pan para hoy y hambre para mañana.
Seguimos prefiriendo, ponernos por delante nosotros y nuestras cosas, antes que buscar la humidad de la sencillez y de las buenas obras hechas de una forma callada, seguimos buscando los reconocimientos antes que la serenidad de la paz de la soledad. Nos gusta más estar en la cresta de la ola que en la inmensidad de la playa contemplando.
Cuando nos decidamos a confiar con el corazón generoso y con el animo bien despierto, seremos capaces de convencer y de estar en el mundo como auténticos testigos de la Buena Noticia del Evangelio, y de ponernos siempre al lado y de parte de los más pobres y desahuciados… mientras tanto, nos queda camino que seguir recorriendo.
Prefirámosle a Él y dejemos que nuestro corazón se enamore y lata de pasión por Él
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