martes, 4 de septiembre de 2018

Palabras del Párroco

ESTAR DONDE TENEMOS QUE ESTAR


A veces nos damos cuenta de que perdemos el tiempo con facilidad y nos sorprendemos a nosotros mismos haciendo lo que no tenemos que hacer o estando donde no tenemos que estar.


El cristiano no puede olvidar nunca que su ámbito de acción es este mundo, y que aquí, donde estamos tenemos que hacer presente el Reino del amor de Dios con toda nuestra vida, poniendo especial hincapié en hacer siempre el bien y estando con aquellos que más nos necesitan, tal y como lo hizo el Señor.



Por eso, el evangelio del pasado domingo no escatima en contarnos las acciones de Cristo a favor, sobre todo, de los más pobres y de los enfermos, aquellos que la sociedad de su época despreciaba y daba por abandonados hasta de Dios. Jesús nos dice claramente que hace falta estar presente hasta en la enfermedad de los demás, no solo para ayudarles, sino sobre todo para estar, para compadecernos desde lo profundo del corazón y, con nuestras acciones, ser compañeros de camino y acompañantes de un proceso vital que muchas veces es duro.


El creyente no puede desentenderse de ningún ser humano, aunque no crea o no venga a misa, pues somos nosotros los que, como el Maestro, debemos salir al encuentro de los demás, y, sobre todo, de los que nadie quiere o de los que están solos. Por eso decimos siempre que, nuestra fe se manifiesta en las obras y, no solo en las palabras, porque como también nos dirá el aposto Santiago en su carta: “Una fe sin obras está muerta”, y ya estamos cansado de ver cristianos muertos porque no pasan de sus rezos monologados, y de cristianos putrefactos que solo se dedican a criticar a los que solo rezan, pero que después tampoco hacen nada por remediar su putrefacta crítica.


Esto no consiste en criticar lo que otros hacen y o no hacen, cuando podemos estar haciendo o no haciendo lo mismo. Esto consiste, ni mas ni menos, que en encontrarnos con el Maestro e imitarle, hacer lo que él hizo.

Apúntes de la Litúrgia

Sabías que…


El Sacramento de la Confirmación, como todos los demás, debe realizarse en la celebración de la Eucaristía, para significar la reunión de toda la asamblea que acoge a los nuevos confirmados y que también comparte su alegría y su gozo por la recepción plena del Espíritu Santo.
Después de los ritos de la Confirmación, la celebración de la Eucaristía sigue como de costumbre, y todos participamos de la mesa del Señor. Los confirmados realizan las oraciones de los fieles y también las ofrendas, en las que deben participar sus padres y sus padrinos, acercando al altar los dones que se presentan.
El confirmado ya es miembro pleno de la comunidad y poder ser padrino de Confirmación y de Bautismo. Pes con este sacramento concluye el proceso de la Iniciación Cristiana, del que puede ser acompañante a partir de ahora.

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