¿Por qué me pasa esto a mi?
Estamos tan metidos en nosotros ismos que, con frecuencia solo pensamos en nosotros mismos y no vemos más allá de nuestra propia nariz o de nuestro ombligo, y sobre todo, cuando creemos que todo lo malo nos pasa a nosotros.
Nos vemos como imanes de la maldad, de los errores, de los tropiezos, de las maldiciones, de todo lo que parece que se nos ha cruzado un gato negro. Mezclamos la superstición con la falta de confianza y le acabamos echando la culpa a Dios de todo lo que nos pasa, porque todo lo malo ha venido sobre nosotros: ¿porqué me pasa esto a mi? ¿porqué permite Dios que todo esto venga sobre mí?
Es curioso que lo veamos más como el posibilitador de nuestras maldades que como el que nos libra y nos defiende de ellas. Es curioso que le echemos la culpa de todo lo malo que nos puede pasar, o de las calamidades que nos llega a la vida, y que pocas gracias le demos cuando la vida nos va bien. Esto, lo que demuestra es simplemente una falta de confianza en él, un exceso de mirar hacia nuestro ombligo y mucha ausencia de ponernos cada día en sus manos y de dejarnos iluminar por él.
Este domingo, la palabra nos va a presentar la misma crítica que le hacían sus contemporáneos a Jesús. Incluso cuando hacía el bien era porque lo dominaba el demonio. Lo cual quiere decir que, no nos interesa que este en nuestra vida, pues siempre buscamos excusas para echarle o para darle por culpable de todo.
La elección es siempre nuestra, y cuando nos ponemos en sus manos, y confiamos en él, todo encuentra su rumbo, y sale bien. Pero cuando nos envalentonamos y nos creemos autosuficientes, todo suele salir mal porque solo confiamos en nuestras propias fuerzas. Nosotros elegimos nuestro éxito a nuestro fracaso, de ahí que no debamos, en coherencia, echarle la culpa a nadie, sino mirar el camino que recorremos y darnos cuenta sobre qué hemos construido y a dónde nos dirigimos.
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