jueves, 19 de abril de 2018

Palabras del Párroco

Seguimos recorriendo el camino de los cincuenta días de la alegría pascual, que nos llevará hasta Pentecostés a finales del mes de mayo.
Iremos escuchando y meditando en la Palabra de Dios los primeros pasos de la Iglesia primitiva, la primera comunidad de seguidores de Cristo, que surge inmediatamente después de su resurrección y que nos hará descubrir las raíces de nuestra comunión y de cómo, al igual que ellos, estamos llamados a vivir en unidad, caridad y fraternidad entre nosotros.

Ese es uno de los frutos principales de la resurrección del Señor, el poner en practica todo lo que el nos enseñó, como lo hicieron los primeros cristianos, incluso, a pesar de las dificultades y persecuciones que sufrieron.
Y este es otro fruto de la resurrección, es vivir, al igual que el Maestro, la persecución y la incomprensión de los demás. Pues desde los primeros momentos, la Iglesia y los cristianos, hemos sido y seguimos siendo perseguidos y martirizados por anunciar el nombre de Cristo y vivir siguiendo su ejemplo.
No sabemos porque somos tan peligrosos para el mundo, no sabemos porque nos persiguen y nos matan, pero lo curioso es que esto, no ha logrado hacer desaparecer a la Iglesia ni el nombre de Cristo de este mundo. Seguramente porque luchar contra el Señor es imposible y porque es él quien hace que perdure su enseñanza y el estilo de vida de darnos a los demás tal y como el lo hizo.
Sigamos viviendo la Pascua y seamos una felicitación de Pascua para los demás.

Sabías qué…

La Pascua de resurrección es el tiempo que transcurre desde el Domingo de Resurrección hasta el Domingo de Pentecostés. 50 días para festejar la resurrección del Señor, la victoria de Cristo sobre la muerte, la vida nueva que nos ha regalado.
El color litúrgico es el blanco, como signo de fiesta y de alegría. Y es el tiempo privilegiado para celebrar los sacramentos de la Iniciación Cristiana: el Bautismo, La Confirmación y la Eucaristía, de ahí que, normalmente, se coloquen en este tiempo.
El Domingo de Pascua, por una antigua tradición que arranca de los judíos, es siempre el domingo siguiente a la primera luna llena después del inicio de la primavera, de ahí que siempre cambie de fecha de un año a otro.

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