Esta es la gran paradoja de este domingo último de la Cuaresma que hemos venido recorriendo. Jesús nos dirá que debemos ser como el grano de trigo que se siembra en la tierra, que debe pudrirse –morir- para dar fruto, para que brote el tallo y la espiga ofrezca su dorado color.
Eso de morir nos da miedo a todos. Porque entendemos perfectamente, que es como dejar algo de nosotros, y lo pensamos bien, pues dejar algo de nosotros, algo que no debemos tener ya en nuestra vida, o que, como hemos dicho a lo largo de la Cuaresma, debemos cambiar en nosotros. Así sí que es preciso morir a tantas y tantas cosas para poder vivir.
Yo pienso que, sobre todo, debemos morir a “lo de siempre”, al “siempre se ha hecho así”, porque como nos dice el Papa, “pensar eso es como negar la acción del Espíritu en nuestra vida y en su Iglesia”.
Quizás debiéramos morir al inmovilismo y a la queja fácil, que no nos lleva sino a la crítica y no a arrimar el hombro, lo cual, hace de nosotros, una Iglesia en franca decadencia ante una sociedad que hoy nos pide mucha autenticidad y mucha transparencia. Morir a lo de siempre, para pasar al camino del Evangelio de amor de Cristo.
Solo muriendo a nosotros mismos, y a nuestras razones de siempre, es como daremos el fruto que hoy es necesario, y para eso hace falta que nos dejemos sorprender por la novedad de Cristo cada día, en cada rincón de nuestra vida, en cada camino de nuestra historia persona.
Morir un poco cada día, no cabe duda que es una aventura solo apta para inconformistas, ya para los que no quieren ser políticamente correctos, los que siguen las normas pero las usas para vivir y dar vida, no para matar y esclavizar, porque se han dado cuenta que la creatividad está escondida detrás de la ley.
Morir es como dejarnos interpelar por esta pequeña hoja parroquial y descubrir cada semana, como mi parroquia puede estar presente en cada rincón de mi pueblo por medio de unas pocas palabras y de la Palabra de Dios, que aquí te llevas para ser releída y meditada.
Solo muriendo se puede vivir. A esto nos invitarán estos días. ¿Te atreves?
APUNTES DE LITURGIA.
Sabías qué…
La semana de Pasión es la que precede a la Semana Santa. Además de los velos negros que ponemos en nuestras iglesias como señal de penitencia y de austeridad. Se solían tapar todas las cruces de las iglesias hasta el Viernes Santo, como una manera de prepararnos para contemplar en toda su dureza ese signo que nos identifica a los cristianos en el día en el que celebramos la muerte de Cristo. También se cubrían las imágenes de los retablos y se quitaban los manteles de los altares. Signos de total desnudamiento ante la grandeza de lo que viviremos en los días santos siguientes.
Hoy se han perdido estas tradiciones. De una manera general, por la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, que centra todo en la Semana Santa y en Triduo Pascual; aunque también, se siguen conservando alguno de los signos de la semana de Pasión, en aquellos lugares donde nunca se perdió esa costumbre o donde forma parte de la idiosincrasia del lugar.
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