Los testigos no abundan ya en nuestra sociedad. Más bien, abunda todo lo contrario, personas que no son referentes de nada, pero que en el colmo del asombro son seguidas por personas que dicen ser inconformistas… (a mí que me lo expliquen). Debe ser que los testigos están en peligro de extinción o están, y es lo que quiero pensar, viviendo de una forma sencilla y casi oculta, sin hacer mucho ruido.
Esta semana, hemos celebrado la fiesta de una testigo muy famosa, pero que es políticamente incorrecta… María, la Inmaculada, es para los cristianos una testigo de que Dios siempre cumple sus promesas, y de que, ser fiel a alguien y a algo es perfectamente posible, si así queremos hacerlo. Podemos pensar que ella ya no es testigo de nada ni nos aporta nada, porque, total… vivió hace más de 2000 años y la vemos en imágenes y por lo que nos dicen de ella; y encima se declaró esclava del Señor, con lo que eso supone hoy en día.
Quedarnos en “lo que eso supone hoy en día”, es ser un poco mediocres en nuestros pensamientos y rastreros en nuestras reflexiones, porque ser sierva del Señor, no es ni más ni menos, que ponerse completamente en manos de Dios, para que su camino sea mi camino, su proyecto sea mi proyecto, su estilo sea mi estilo; y eso, desgraciadamente, sólo lo hacen los testigos que son profundamente libres, aquellos que no se dejan llevar por lo que se espera de ellos, por lo que nos dicta la sociedad alienante.
Son aquellos que encuentran la verdadera libertad de su vida, en ser lo que tienen que ser y en serlo para los demás. ¿Voluntarios? ¿Altruistas?... Esto y mucho más, porque no es cosa de un momento o de una moda, sino que es cosa de una elección y de haber descubierto lo que, de verdad, da sentido a la vida.
Por eso Ella es un Testigo de los que hay pocos, porque se hizo libre, no siguiendo las normas establecidas, sino siguiendo a quien le cambiaba la vida y la invitaba a arriesgarse, sin mirar atrás.
Me apunto a esta serie de testigos.
Apuntes de liturgia.
Sabías qué…
Los colores son signos muy importantes en la liturgia, pero no porque queden bonitos. Tienen su significado y su especificidad:
El Blanco, o también el amarillo: es el color de la resurrección, de la luz, de la fiesta. Se usa en los días de fiestas de los santos y de la Virgen maría, en la Pascua y en la Navidad. Simboliza alegría.
El Verde, es el más usado, pues se utiliza los días del tiempo que llamamos Ordinario, en el que celebramos el misterio de Cristo al completo. Simboliza continuidad.
El Rojo, es el color de la sangre y del fuego, y se utiliza en la fiesta de los Mártires, de los Apóstoles y Evangelistas, El Domingo de Ramos, el Viernes Santo y en Pentecostés. Simboliza el testimonio.
El morado, es el color del Adviento y de la Cuaresma, también se utiliza en los funerales y en las misas de difuntos. Simboliza la esperanza y la conversión.
El Rosado, es una relajación del morado, y sólo se utiliza dos veces al año: El tercer domingo de Adviento, llamado “Gaudete”, es decir, alégrate, porque el Señor está cerca. Y el cuarto de Cuaresma, llamado “Laetare”, la alegría por la conversión.
El Azul, es un privilegio concedido a España por la Santa Sede, para celebrar el día de la Inmaculada, porque el pueblo español siempre defendió este privilegio de la Virgen María, incluso antes de su dogma. SÓLO se puede usar para esta fiesta.
El Negro, que está en desuso, se utilizaba para los funerales y el día de los difuntos.
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