Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer
Mateo 14, 22-33
Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que se subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Pedro le contestó: Señor, si eres tú mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Él le dijo: Ven. Pedro bajó de la barca y se echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? En cuento subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: Realmente eres Hijo de Dios.Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que se subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.
¡Qué poca fe!
El Evangelio de hoy nos habla de la falta de fe de San Pedro: ¡Qué poca fe! ¿Por qué ha dudado? Me parece que este texto nos invita a reflexionar un momento sobre la fe.
¿Qué es la fe para Jesús? El Evangelio nos explica, en varias oportunidades, qué no es la fe. Con duras palabras reprende Jesús a los que le rodean y les llama “generación incrédula y perversa” (Mt 12,39). ¿Por qué? Los judíos contemporáneos de Jesús creían creer. Pronunciaban dos veces cada día la confesión de la fe judía. Pero Jesús los llama incrédulos, porque eso lo dicen sólo con la boca. Pero la fe no está en palabras. La fe se manifiesta a través de la vida.
Lo que es la fe para Jesús, Él lo explica en el Evangelio que acabamos de escuchar: la narración de Pedro caminando sobre el agua. Una noche, los discípulos navegan por el lago de Genesaret. Y, cuando ya están fatigados se les aparece Jesús. Los discípulos se asustan y tienen miedo. Lo ven y no lo ven. Lo ven y no lo reconocen. Por fin se dan cuenta de que no es un fantasma, sino su mismo maestro. Entonces Pedro, a invitación de Jesús, se baja de la barca y se lanza al abismo inquietante del mar galileo.
La fe empuja al creyente a descender a un terreno en el que no hace pie. La fe no es suponer que el agua puede sostenernos. Es atreverse a creer en una palabra que invita, y apostar por una realidad invisible que se juzga más real que la misma realidad visible. No es apostar por la irrealidad. Es apostar por otra realidad más sólida que el agua. Es la opción audaz en favor de una palabra divina que promete y que lo hace en medio de un mundo amenazante.
Y, como la fe es débil, no excluye los miedos ni los gritos de petición de socorro. En momentos, incluso con fe, parece que la realidad visible fuera más dura y que se quebrara esa palabra prometedora. Pero la fe es un modelo de existencia que camina entre miedos y dudas, pero que ella misma no es ni miedo ni dudas.
La fe, en definitiva, para Jesús es la convicción de que Dios está siempre cerca, más cerca de lo que aparenta y más cerca de lo que sentimos.
Dios es el rico y todopoderoso que sólo precisa que el hombre se deje obsequiar. Por eso la fe es, de algún modo, omnipotente. “Todo es posible para el que cree” (Mc 9,23). ¿Estamos en el mundo de la locura? Estamos, al menos, en el mundo de lo sobrehumano. Estamos en el mundo de la omnipotencia del amor, que es Dios.
La verdadera fe es una confianza absoluta en Cristo.
Porque esta fe es más que humana. Sólo podemos vivirla “en Cristo”. Fe, en definitiva, “es la confianza que tenemos en Dios por Cristo” (2 Cor 3,4), como afirma San Pablo en una de sus cartas.
Entonces, la verdadera fe es una confianza absoluta en Cristo, en Dios, quien en todos los peligros trae ayuda y salvación. La fe auténtica no es aceptar artículos de fe, sino es creer en una persona, es creer en Jesucristo, es confiar en Él, es confiarse a Él. La fe es un vínculo personal, entre persona y persona, entre hombre y Dios. Es una actitud de confianza, de entrega, de seguimiento total y sin límites.
De allí entendemos también el sentido de nuestras crisis de fe: es probar nuestra fe en una situación extrema; acercarnos más a Dios y poner en Él toda nuestra confianza. Nuestras crisis de fe son crisis de crecimiento y nos sirven para ser más maduros en nuestra fe. Los obstáculos son ocasiones de ascensión tal como la presa que obligue al agua a elevarse para darle una potencia nueva.
Queridos hermanos, pidamos por eso al Señor en esta Eucaristía, que nos haga madurar en nuestra fe y que nuestras crisis de fe sean sólo crisis de crecimiento en nuestro caminar hacia la Casa del Padre. Y pidámosle también a María. Madre de la fe, que nos regale la gracia de una fe firme y profunda en su Hijo Jesús.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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