jueves, 1 de junio de 2017

Comunicar la Esperanza

Se nos han borrado las sonrisas. Caminamos cabizbajos, dejándonos arrastrar por la corriente de la vida, despojados de ilusiones y desbordados de miedos. Es el tono general de un mundo desesperanzado que grita fuerte clamando un cambio que nunca llega, sin que nos demos cuenta de que ese cambio comienza por nuestra propia actitud ante la vida.
Ponemos el telediario y pasamos veinte minutos escuchando desgracias. Empiezan por atentados que sobrecogen por ser tan cerca, como el de Manchester. Continúan por guerras en países impronunciables ante las que nos hemos vuelto completamente insensibles. Siguen por sucesos truculentos cargados de asesinatos, violencia, suicidios, acoso. Y terminan por torturarnos con casos sangrantes de corrupción y malas prácticas políticas. Las llamadas “buenas noticias”, esas que nos hacen seguir teniendo fe en la humanidad, apenas duran unos ínfimos segundos. No nos llenan, nos saben a poco.
 Mirando la prensa local, me doy cuenta de que en Ávila somos muy dados a esta práctica. Nos quejamos amargamente de la deriva que está tomando la realidad, del escaso futuro que nos espera, de lo mal que hacemos las cosas y de lo mal que nos gestionan algunas administraciones. Quizá no nos falte razón en muchos casos. Vemos caras largas en las fotos en las que aparece ese amigo o vecino que reivindica más salario, mejor atención sanitaria, mejores cuidados para los parques, mejores infraestructuras. Pero ¿quién propone un cambio, quién informa de una solución, quién está dispuesto a dialogar, quién se atreve a dar un golpe en la mesa para mirar al futuro con ilusión y no con amargor? No, aquí somos más de quejarnos, pero no de arreglarnos.
 La cultura de los medios se ha vuelto tan negativa que nos ha introducido en un círculo vicioso de desesperanza y desesperación. ¿Que son reflejo de la podredumbre de este mundo sin rumbo? Me niego a creerlo. Me niego a pensar que solo existe esa basura. Me resisto a creer que sólo vende lo malo, que lo bueno no interesa. ¿Acaso somos tan absolutamente morbosos que únicamente nos motivan las bajezas sociales?
 Por eso, hoy más que nunca, es necesario reivindicar una prensa más positiva, más constructiva. Más de propuestas que de quejas. Más de tender puentes que de derribar ilusiones. No se trata de construir un mundo utópico e irreal, todo de color rosa con purpurina raudales. No se trata de mentir, de engañar, de desinformar. Se trata de que seamos capaces de no hacer al mal el protagonista de nuestra historia; de que miremos a ese mal de frente y le ataquemos con soluciones reales. Se trata de que se construya una lógica comunicativa que sepa darnos ese empujón necesario para despertar de nuestro letargo de desesperanza, y nos ayude a mirar al futuro con confianza.
 Hay que salir de la espiral de oscuridad que construyen las “malas noticias” que cada día consumimos acríticamente. Porque una sociedad que vive con miedo, con miedo a ir a un concierto, con miedo a confiar en la clase política, con miedo a testimoniar lo que uno es o lo que uno siente, es una sociedad vacía. Y en esto, ya siento decirlo, mucha culpa la tenemos los periodistas con nuestra forma de enfocar nuestras informaciones, pues al final es lo que percibe el conjunto de la población sobre la realidad que le rodea. Es necesario promover una cultura de la esperanza, también en la manera de hacer periodismo. Un mundo sin fe en sus posibilidades, sin mejores expectativas, es un mundo sin futuro. Construyamos puentes juntos, abramos camino hacia un nuevo amanecer, más limpio, más libre, mejor.

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