Hemos comenzado ya el Tiempo del
Adviento, tiempo de preparación para la venida del Señor en Navidad. Tiempo que
nos prepara para ser el mejor pesebre para Cristo, y que nazca una vez más
entre nosotros.
Pero el Adviento es también un
itinerario de transformación en nuestra vida, pues prepara el corazón para
Cristo, nos lleva a un cambio de actitudes y de maneras, a un cambio a la hora
de hacer las cosas de cristianos y de nuestra vida de creyentes, y más, cuando
nos encontramos en los inicios de nuestra Misión Diocesana, de salir como
Iglesia, como Familia de Dios, al mundo en el que estamos, estando cercanos a
todos y acogiendo a todos.
Nosotros,
tenemos la suerte de estar ya en la calle, pues la Visita de La Imagen de san
Roque a nuestras parroquias, nos ha convertido en una Iglesia en Salida al
encuentro de todos, usando el camino del Misionero de la Misericordia,
convertido ya en el Patrón de nuestro municipio de Garachico. Micos son los
frutos que ya vamos viendo y que ya se están gestado, pero como dije en la
última misa en la Plaza de Santo Domingo: “lo mejor es que hagamos lo que él
hizo, acércanos cada día a Jesucristo, encontrarnos con él en nuestra vida y visitar
a los enfermos y a los que más sufren entre nosotros.
Este
Adviento nos empuja a ser lo que somos, creyentes de verdad en Cristo el Señor;
pero creyentes que son luz en medio de este mundo, llevando la ternura y el
amor de Dios a cada lugar. Por eso es un Adviento nuevo, diferente, porque
tenemos que dar el paso del querer lucirnos siempre, del querer ocupar el
centro siempre en todo: al querer ser luz y enseñar los caminos de la fe y del
amor a los demás. Es más importante el que se presta a iluminar a los demás,
que el que solo quiere iluminarse a sí mismo y lucirse siempre él.
Ahora
es adviento, y es un tiempo diferente, una oportunidad diferente para ser lo
que debemos ser y para quitar de nuestros caminos, todo aquello que no nos deja
salir al encuentro del Niño de nace en Belén, y que trae a nuestro mundo y a
nuestra vida toda la ternura de Dios, todo el amor de Dios. No nos perdamos en
lucimientos personales, sino que caminemos a su encuentro para ser luz en este
mundo que nos necesita despiertos y comprometidos, y no mirándonos cada día el
ombligo.
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