viernes, 12 de agosto de 2016

San Roque y su perro

Al darse cuenta de que había contraído la enfermedad, se retiró a un bosque donde fue atendido por un ángel y por un perro 


Uno de los santos más venerados y con historia menos comprobada, San Roque, fue durante siglos el protector de gentes y ciudades contra la peste. La hagiografía al uso cuenta que, habiendo nacido en Montpelier en 1284, al morir sus padres, entregó toda su fortuna a los pobres y se encaminó a Roma atendiendo por el camino a aquellos que hubiesen tenido la desgracia de ser atacados por la peste. A su regreso hacia Montpelier se dio cuenta de que había contraído la enfermedad y se retiró a un bosque donde fue atendido por un ángel y por un perro de un noble caballero que todos los días le llevaba un pan. El noble, intrigado por el comportamiento de su perro lo siguió y encontró al santo. Una vez recuperado de la peste, volvió a su casa donde nadie le reconoció y murió encarcelado tras haber sido acusado de ser espía.


Cuenta Croiset en su Año Cristiano que fue el propio carcelero de San Roque el que dio aviso al Gobernador de que una persona extraordinaria estaba presa en uno de sus calabozos.

"Despreció el Gobernador la relación, tratándola de sueño. Pero esparcida la voz por toda la ciudad de que había un santo en la cárcel, en un instante se halló ésta rodeada de todo el pueblo. Bajó el carcelero al calabozo y luego advirtió la extraordinaria luz que salía por las rendijas de la puerta. Ábrela y encuentra al santo tendido en tierra, que acababa de entregar el alma a su Criador y tenía a su cabecera una lámpara encendida y a los lados una tablilla en que estaban escritas estas palabras: Los que tocados de la peste invocaran a mi siervo Roque, se librarán por su intercesión de esta cruel enfermedad".

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