El tiempo de Cuaresma es el momento de la
conversión para los creyentes. Nos adentramos con fe y esperanza en el desierto
de nuestra propia vida y del mundo, para encontrarnos con nosotros mismos y con
Dios: con Aquel que guía y da sentido a nuestra vida.
Él nos guía con su Palabra y, sobre todo, con
el ejemplo de Jesús, su Hijo y nuestro compañero de camino cada día. Creer en
él, es confiar en él, es tener esperanza en su Palabra y avanzar movido por la
certeza de que él está con nosotros, alentándonos y animándonos a cambiar, a
sacar lo mejor de nosotros mismos.
Esta cuaresma, vivida en tiempos de una larga
crisis y de profundos recortes no sólo a nivel social, sino también a nivel
humano, en la que perdemos el norte y nos sentimos desalentados y casi
frustrados en los caminos que recorremos, nos debe llevar a nuestro encuentro intimo
con Jesús y al encuentro con el hermano que tenemos a la lado y que sufre.
Tenemos que ser palabra y ejemplo de esperanza y de ánimo. Debemos salir de
nosotros mismos. De nuestras casas parroquias y compartir las historias
personales de los demás. Porque creemos y porque esperamos la fuerza de la
liberación del amor de Dios, en su misericordia infinita que nunca nos
abandona.
Esta Cuaresma nos encamina hacia la Pascua,
hacia ese encuentro con el que es amor y nos enseña a amar dándonos sin medida.
Compartiendo este año de la Misericordia, este mes vida el dar alimento al que
pasa hambre, y estando dispuestos a entregarnos como lo hizo el Señor, sin
ironías ni falsos promesas, sino totalmente y sin buscar nada a cambio.
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