lunes, 2 de noviembre de 2015

“Creo en la resurrección de los muertos”

Cada domingo en Misa decimos en el Credo: “Creo en la resurrección de los muertos...”. ¿Qué significa esto?

Cuando muere un familiar o un amigo, solemos estar tristes por su muerte. La muerte nos hace pensar en lo desconocido y, muchas veces, nos preguntamos si nuestro ser querido estará ya en el cielo con Dios, si tendrá que esperar para resucitar, qué pasará con su cuerpo y con su alma, etc.
Hoy en día, estamos acostumbrados a darle una respuesta a todo. Sin embargo no podemos dar respuesta a muchas interrogantes sobre la muerte y la vida después de la muerte. Por lo mismo, esta realidad suele incomodarnos y angustiarnos.
De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, los hombres mueren y “los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación.”
Con la muerte se experimenta una separación real de cuerpo y alma. El cuerpo del hombre continúa un proceso de corrupción –como cualquier materia viva– mientras que su alma va al encuentro de Dios. Esta alma estará esperando reunirse con su cuerpo glorificado. Con la resurrección, nuestros cuerpos quedarán incorruptibles y volverán a unirse con nuestras almas.
Nos podemos preguntar: ¿cómo resucitarán los muertos? ¿Cuándo resucitarán?
El “cómo” no lo podemos entender con la razón, solamente con la fe. Nos puede ayudar a acercarnos a este gran misterio nuestra participación en la Eucaristía que nos da ya, un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo.
Al terminar la vida en la tierra, viene la muerte. Con la muerte se acaba nuestro peregrinar en la tierra. Se acaba el tiempo de gracia y de misericordia que Dios nos ofrece para vivir nuestra vida de acuerdo a lo que Jesucristo vino a enseñarnos; para poder ganarnos el premio de la vida eterna y la gloria. La Iglesia nos anima a prepararnos para nuestra muerte. San Francisco de Asís decía que era mejor huir de los pecados que de la muerte.
¿Por qué existe la muerte?
La muerte fue contraria a los designios de Dios. Dios nos había destinado a no morir. Sin embargo, la muerte entró en el mundo como consecuencia del pecado del hombre.
La muerte fue transformada por Cristo. Jesús quiso morir por amor a nosotros en la cruz. Cumplió libremente con la voluntad del Padre. Su obediencia transformó la muerte en una bendición.
En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. El hombre puede transformar su propia muerte en el momento anhelado de unión y amor hacia el Padre.
¡No hay reencarnación después de la muerte! Cada uno de nosotros somos uno, único e irrepetible.

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